lunes, 26 de marzo de 2012

    El viento azotaba su cara, y la tempestad se aproximaba por el horizonte. No era más que el presagio de lo que sucedería a continuación. Le temblaban los brazos y las piernas, presa de un miedo irracional. El frío también hacía que su torso desnudo padeciera los continuos escalofríos. Sin más armadura que la de su cuerpo, se enfrentaba a una batalla que antes de empezar, ya había perdido.

    Comenzó a llover y las gotas corrieron junto con sus lágrimas por sus rosadas mejillas. Ante sí, el mar y el cielo nublado, nada más. A sus pies se desvanecía el suelo que pisaba, desapareciendo de su vista para encontrarse con el vaivén de las olas. Aquel día todo tenía un brillo especial, como si fuese la primera vez que lo veía. Y aunque en otra situación aquello hubiese bastado para echarse atrás, aquello no hizo más que afianzarlo en su decisión.

    Dio un paso adelante y su cuerpo cayó al vacío. El mayor escalofrío jamás sentido se propagó por todo su cuerpo desde el estómago. Y voló, voló como un pájaro. Fue una sensación gratificante, a pesar de que durara realmente poco. 

    Cambió el miedo por alivio y sonrío para sus adentros. Su cuerpo chocó después contra las afiladas rocas del acantilado, y entonces sintió la libertad. Vio su cuerpo caer, despedazarse mientras rodaba camino al mar; y mientras tanto, él comenzaba una ascensión lenta y constante hacia el cielo. En aquel estado no tenía preocupaciones y sólo era capaz de sentir alivio. Ya no importaban los motivos que lo habían impulsado a hacerlo. Se mezcló con las nubes y siguió elevándose, traspasándolas y dejándolas atrás. Su vida y sus recuerdos se desvanecían a cada tramo que ascendía, hasta que el mundo fue sólo un punto en la inmensidad del universo. Y entonces sus ojos se cerraron y se sumió en una completa oscuridad, en una oscuridad eterna.

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