viernes, 18 de marzo de 2011

Lucha por la vida

  Me encuentro de pie, estoy vestido de corto para la batalla de hoy. Soy capaz de controlar el tiempo y de saber mis pulsaciones a cada momento. Con ese don seré capaz de manejar mis movimientos en la disputa. La noche es fría, acorde con la época del año que azota nuestras tierras, el invierno. El gélido viento ataca las zonas descubiertas de mi cuerpo y me hace ver que lo de hoy no será un camino de rosas.

  Comienzo a temblar, no es miedo, simplemente mantengo mi cuerpo alerta a cualquier ataque enemigo. Aunque el cielo lo cubre un manto negro, la superficie terrestre está bañada por una luz artificial y anaranjada. Al contrario que la del sol, ésta no da calor y no tiene la luminosidad del astro. Mis oídos perciben de pronto una melodía alegre, no es propia de un día como el de hoy, pero es reconfortante escucharla, me da fuerzas. Cruzo el el pétreo arco de la amurallada ciudad, la puerta hacia mi odisea. Dejo atrás el puente levadizo y éste comienza a alzarse tras de mí, dejando la ciudad completamente protegida, a salvo de un posible ataque en mi ausencia. Sé que no podré volver a casa sin una victoria, por lo que empiezo a concienciarme de que hoy tengo que hacer historia. No importa el cúmulo de galardones en anteriores contiendas, hoy tengo que superar al pasado, ser mejor que el resto de veces. Ni siquiera eso me asegura la victoria, por lo que tendré que tener todos mis sentidos alerta -lo puedes hacer, sabes que sí-.

  Empieza a correr el tiempo en mi cabeza, mi pulso se acelera a medida que mi velocidad lo hace. Por ahora estoy frío, tanto como la glacial noche, y todas mis extremidades lo sufren. Parece como si mis huesos fueran estalagmitas nacientes de la superficie que mis pies tocan. Por ahora me muevo al trote, pero no puedo mantenerme a ese ritmo todo el tiempo, debo acelerar. Necesito sentir el  fervor de la batalla, sólo ello es capaz de activarme. Atravieso lugares que parecen conocidos, aunque no soy capaz de asegurarlo. Me muevo en pos de encontrar a los enemigos. Doy por hecho que habiendo caído la noche estarán descansando, lo que facilitará mi arremetida en su contra. Espero encontrarlos más adelante, porque estando así de frío no sería capaz de vencer ni a un indefenso crío.

  Los cuatro primeros minutos de travesía se me han hecho eternos, la pereza es mi mayor enemigo por ahora, pero he de seguir, rendirme ahora sería un terrible fracaso. Nunca he temido a la muerte, y perecer en batalla es uno de los mayores honores, pero lucho a cada instante por seguir viviendo. Curiosamente, esta es de las cosas que más vivo me hacen sentir. Casi como la adrenalina que se libera al dar un beso; uno de esos apasionantes en los que nada ni nadie alrededor importa, en los que tus labios y los de la otra persona alcanzan la plenitud rítmica y sensorial. En ese momento sólo existen dos personas en el mundo; ahora, por el contrario, me encuentro en soledad. No hay más razón para seguir corriendo que la de vivir.

  Ser un luchador hace que valore cada segundo de mi existencia, ya que esta podría acabar en cualquier momento. Hago caso omiso a las negativas de mis piernas cuando les pido que corran. Ellas no tienen el mando ya, y por mucho que se resignen, hoy tendrán que estar a la altura de mis expectativas. Como si aceptaran lo que les toca, comienzan a imprimir un ritmo mayor -Así me gusta-.

  Al quinto minuto empiezo a sangrar, las rojas gotas resbalan por mi cara y caen al suelo cuando llegan a la barbilla. No he visto enemigos hasta el momento, por lo que no me explico que esté sangrando. No importa demasiado, podrían clavarme una daga ahora mismo que no la sentiría atravesar mi piel. Continúo moviéndome veloz, como el viento; como un animal que trata de cazar a su presa para combatir el hambre. Mis piernas se mueven acompasadas y en el preciso instante en que una toca el suelo, la otra se despega del mismo. El movimiento se asemeja al rítmico martilleo de los molinos, cuyos engranajes hacen que el trigo se pula en millones de nimias partículas. Me seco la cara con la manga, cortando así el recorrido de las finas líneas rojizas y evitando que las mismas desemboquen en mis ojos privándome de poder ver. Necesito todos los sentidos, por lo que perder uno de ellos sería como claudicar.

  Por fin siento las ganas de batallar, mi propia sangre me ha activado, empiezo a sentirme vivo. De repente, cesan de sucederse en uno de mis oídos las acompasadas notas musicales. Siento que la tensión invade mi cuerpo -¿Serán enemigos?-. Lo único que soy capaz de percibir es mi acelerada y rítmica respiración. Jadeo intensamente y no me había dado cuenta hasta entonces. La música me había privado del gratificante sonido del aire pasando a través de mi boca y de mi nariz. Ahora que doy cuenta de ello no puedo evitar darles órdenes a mis pulmones -¡¡Inspirad, expirad, inspirad, expirad...!!-. Parezco un obseso tratando de controlar cada insignificante movimiento de mi cuerpo. Al parecer, no hay enemigos al acecho; instintivamente llevo mi mano izquierda al oído por el cual he comenzado a percibir el mundo y de pronto la cadencia melódica vuelve a acaparar la atmósfera que me rodea.

  Pasa el séptimo minuto, comienzo a bajar una pequeña pendiente pero el viento juega en mi contra, por lo que mi ritmo se desacelera paulatinamente. Me extraña no haberme cruzado con enemigos, tan solo he visto a cinco o seis campesinos que seguramente buscarían un lugar donde poder dormir. Empiezo a pensar que tal vez esté viajando en vano, cansándome sin sentido -¿Qué estás diciendo?, ¡claro que ha merecido la pena!-. Por mucho que hoy vuelva a mi hogar sin batirme con mis acérrimos enemigos, nadie será capaz de quitarme las sensaciones experimentadas hoy.

  Corren nueve minutos en mi reloj interno, empiezo a sentir los primeros síntomas del cansancio. De mi cara emanan varios y continuos regueros de sangre. Sé que esto no ha hecho más que empezar, por mucho que casi la mitad del tiempo estipulado haya pasado ya. Mis músculos hacen ademán de entumecerse -Da igual que queráis parar, hoy llegaréis hasta el final y lo haréis conmigo-. Sé por experiencia lo dura que llega a hacerse la ida de mis travesías. La razón es bien clara; mi cuerpo trata de volver antes de tiempo y si consigue cogerme con las defensas bajas habré perdido. Al llegar al final del trayecto de ida y tener que dar la vuelta, el cuerpo se pone de tu parte. Ambos queréis volver a casa, por lo que tiráis de la misma cuerda. Pero aún no lo he logrado y tengo que hacer fuerza en su contra hasta llegar a dicho punto.

  Doce minutos, Finisterre se postra ante mí. Sin duda es el punto al que mi cuerpo deseaba llegar. A partir de este lugar no hay nada más que el mar. Éste acaba en algún momento y cae al vacío, sería demasiado inmaduro por mi parte tomar ese riesgo. Tal vez otro día trate de descubrir los misterios del mundo circundante, pero hoy me basta con volver victorioso a mi tierra. Piso el punto más peligroso del acantilado, a partir del cual una caída supondría la muerte segura. Si lo hago es por dejar mi huella impresa, para que todo el mundo sepa que he logrado llegar hasta el lugar donde todo concluye. -Comienza el camino de vuelta, lo peor está por llegar, lo sabes-.

Me conmueve saber que esta vez desandaré lo andado anteriormente, por lo que el terreno será un punto a mí favor en caso de encontrarme con mis enemigos. La nota discordante será mi cuerpo y su capacidad de aguante. Soy optimista de todas maneras, el entrenamiento realizado hasta el día de hoy es el sello de calidad de mi resistencia. Mi ritmo acelera, sin duda mi cuerpo está de mi parte, ambos queremos estar lo antes posible de vuelta. Me siento fuerte, nada podría detenerme ahora mismo.

  Han pasado quince minutos, mis fuerzas sufren signos de debilidad, no cabe duda de que se están atenuando. -¿Y si no sirves para esto?, tal vez deberías tirarte aquí mismo y dejar que alguien acabe con tu insignificante vida. ¿Que más daría, a quién le importaría?... A ti y a tus seres queridos, joder, debes seguir adelante, no hay excusas válidas-. Es una sensación extraña, las piernas me duelen pero quiero seguir. El dolor invade mis entrañas y mi mente me aconseja que pare, pero no será así. Ansío llegar al amurallado recinto donde toda la gente me recibirá como a un héroe -si consigues llegar, claro-. Mis pulsaciones son altas, rondan las ciento setenta por minuto, supongo que el cansancio y la tensión de poder encontrarme a cualquier atacante son los mayores culpables. La soledad me gratifica enormemente ahora mismo, ya que no podría soportar que alguien me viese sufriendo y delirando de esta manera.

  Dieciocho minutos corren ya, soy capaz de sentir cada segundo, ¡cada décima!, ¡¡cada puta centésima!!. Unido al sufrimiento el tiempo se hace eterno, parece que hayan pasado siglos desde que partiera. Esa insignificante porción de tiempo pasaría volando en cualquier otra situación, pero no ahora, mi cuerpo ha elegido el peor momento para una mayor percepción sensorial. Con todo, saco fuerzas de donde no las hay; podría llamarlo adrenalina, coraje, honor, fuerza de flaqueza o incluso fuerza de voluntad. Nada de eso importa lo más mínimo, lo fascinante es que me muevo más rápido, el dolor se agudiza, pero nada importa ya.

<<Una vez soñé que movía las piernas todo lo rápido que podía, no obstante, no me desplazaba ni un sólo milímetro. Pocas sensaciones he vivido tan frustrantes como esa; el querer y no poder, el no ser dueño de uno mismo, el que tu cuerpo y tu mente decidan no entenderse propiciando tu propia destrucción. Porque ni siquiera la más brillante de las mentes es capaz de hacer lo más mínimo sin un cuerpo que le siga. En aquella ocasión me desperté sobresaltado; por suerte todo había sido un sueño y para mí una de las peores pesadillas>>. He conseguido domar al más fiero y salvaje de los caballos, soy el absoluto dueño de mi cuerpo.

  Con el aumento de la velocidad empiezo a sentir un incremento en mis constantes vitales. Alcanzo las ciento ochenta pulsaciones por minuto -¡¡QUIERES MÁS!!-; ciento ochenta y una -¡¡COMIENZAS A SENTIRTE VIVO!!-; ciento ochenta y tres -¡¡PUEDES LLEGAR A MÁS!!-; ciento ochenta y cinco -¡¡ESTE ES TU MÁXIMO, PUEDES SENTIRLO, ERES INMORTAL!!-. Pocos metros me separan de mi familia y de mis vecinos, casi puedo sentirlos, preocupados por mí, he de dar el máximo.

  Veinticuatro minutos, comienzo a atisbar la muralla, sin duda he conseguido volver con vida. Hago acopio de mi último aliento y comienzo a esprintar, la garganta me duele, mis gemelos están a punto de estallar, mi corazón late desbocado, incluso mis brazos notan el resentimiento. El puente levadizo baja para mí -¡¡Lo has logrado!!-, lo cruzo y entro a la fortaleza. Disminuyo el ritmo casi hasta pararlo y comienzo a caminar. Todo el pueblo me rodea, escucho vítores y gritos de ánimo -Lo has vuelto a hacer, has vuelto a ganar-. Todos me ovacionan y entonan cánticos con mi nombre presente en ellos. Mi cuerpo está lejos de recuperarse, pero sé que a partir de ahora todo es gloria.

  De repente vuelvo a la realidad, un destello me ha devuelto a ella. Me encuentro sólo, en mitad del patio de mi urbanización, extasiado y con ganas de vomitar. Todo lo vivido hasta ahora ha sido una imaginación, como si hubiera consumido el más potente de los alucinógenos. Ahora lo recuerdo todo. No salí a batallar hace media hora, partí a correr. Creía dominar el tiempo y saber a cada momento mis pulsaciones, cuando realmente un reloj y un cronómetro colocados en mis dos muñecas me lo iban marcando. Soñé sangrar y sólo había empezado a sudar. Estaba casi seguro de que las personas que vi eran campesinos, pero tan sólo se trataba de viandantes paseando. Había una luz anaranjada porque las farolas alumbraban la calle. Escuchaba música gracias a los auriculares que llevaba en mis dos oídos. No llegué Finisterre, tan solo al final de mi travesía. Todo ha sido irreal, me he vuelto loco, estoy enfermo...

  ...un momento, tal vez no lo esté. Es cierto que he corrido, como lo es que he ganado una batalla. Luchaba contra el peor enemigo, el ayer. He logrado ser más rápido que mi yo del pasado, me he superado. Además, el cansancio arremetía contra mí y las ganas de cesar mi carrera y volver a mi casa trataron de poder conmigo, pero ninguno de ellos lo consiguió. Tal vez haya imaginado las cosas más triviales de lo vivido hoy, pero lo cierto es que lo importante lo he visto con una nitidez inimaginable. He conseguido darles forma a todos mis sentimientos, me he sentido un guerrero dispuesto a morir. Quizá no estuviera todo un pueblo esperando mi llegada, pero yo estoy orgulloso de lo que hoy he conseguido y eso es lo verdaderamente válido.

  En los próximos días esto sólo será una marca apuntada en un pequeño cuaderno cuadriculado; veinticuatro minutos y cuarenta y cuatro segundos he tardado en recorrer 6'2 kilómetros. No es un record del mundo, ni tampoco una marca digna de unas olimpiadas, pero es la muestra de mi autosuperación, porque he conseguido rebajar el tiempo que logré hace un mes en tres minutos y catorce segundos y pienso seguir reduciéndolo hasta que mi cuerpo diga basta.

  Algunos pueden llamarme friki, otros pueden decir que sufro un exceso de motivación e incluso algunos pueden clamar que estoy completamente loco; a todos ellos les diré, que no saben lo que se pierden.

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