Sumida en el
conformismo de sentirse en una situación común, Aras perdía fuerza cada vez
que su famélico recién nacido hijo trataba de alimentarse de sus marchitos
pechos. Tenía el vientre hinchado, a pesar de no haber probado bocado en los
últimos cuatro días. El cadáver del padre de su hijo yacía a escasos metros de
su posición, impasible ante el sufrimiento de su amada. Por más que miraba el
rostro de su bebé, tratando de encontrar unas fuerzas que la permitieran salir
a cazar, no hallaba rastro de ellas en su ser. Con apenas catorce años, sentía
estar viviendo la última de las calamidades de su vida.
Una lágrima corrió
por su huesudo rostro dando a parar a la tez del niño, que ya no mamaba, ni
parecía respirar. Aras, impasible, cerró los ojos y se adentró al fin en un
descanso eterno y merecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario